Baila, baila, no dejes de bailar.
Ella es observada, él no puede parar de mirarla. Solo se oyen los trazos de su pluma y los pies de ella girando. No hay música, no hay prisa ¿Por qué bailar?
Sus labios entreabiertos y sus manos delicadas la hacen ver perfecta. Sus rizos negros y su piel tostada, los ojos cerrados, sintiendo el silencio mientras la nieve cae lentamente.
Baila para él.
Mientras olvida que el mundo, él la dibuja. Capta sus movimientos con mano artista y, en realidad, está bailando con ella. Su pluma también se mueve por el papel, y gira por el suelo de madera gastada.
Ni siquiera sé si se conocen. Tal vez son amantes clandestinos que se encontraron hace poco. Tal vez son amigos de toda la vida. Lo único que podría afirmar es que se admiran.
Ella tiene la expresión relajada, pero sé que está deseando ver su dibujo, pasar sus ojos por los trazos de pluma y perderse en ellos.
Él no puede parar de mirarla bailar. Sus ojos se pasean libres por todo su cuerpo. No puede decidir que curva le gusta más, si la de su leve sonrisa o la de su cintura escurridiza.
Y entonces la nieve deja de caer, ya no cubre sus rizos negros ni su piel tostada. Su pluma experta se levanta del papel y él se acerca a ella para verla mejor. Le resulta muy extraño que no tenga nieve alrededor, así que recoge la bola de cristal con las manos temblorosas. Que pequeña se ve desde ahí, que frágil, que insignificante.
Él agita la bola, y la nieve empieza a bailar por todo el paisaje cubriendo el pelo y el cuerpo de la muñeca. Ella sigue bailando y no se detiene, incluso cuando la bola transparente se resbala de las manos de él y se hace añicos contra el suelo de madera.
Ya no hay nieve, ya no hay nada. Pero ella aún está bailando.
Increíble
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