viernes, 13 de enero de 2017

Juglar

Salgo de casa, intentando mimetizarme con la pared se piedra anodina. Me ajusto la capa negra y escondo un mechón pelirrojo en ella. No quiero que nadie me reconozca esta vez, suficiente sermón había tenido en mi última excursión al pueblo.
La tarde es fría y grisácea, tan aburrida como la piedra de la fachada. El pueblo parece sumido en un sopor, como cada lunes. Observo a los campesinos volviendo a casa tras la dura jornada, y a los tenderos cerrar poco a poco sus puestos, listos para irse a descansar después de todo el día vendiendo.
Me escabullo hacia la plaza del pueblo, sigilosa como una sombra al lado de los ruidosos carros y caballos que circulan por el camino. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que no hay niños correteando por las calles.
Tal vez él está aquí.
Acelero el paso, alentada por la idea. Hace mucho tiempo que no lo veo. Nada más llegar a la pequeña plaza, sé, aún sin verle, que está allí.
Él es como una explosión de color en mitad de la calle. Me muevo, hasta llegar a observar la sonrisa que luce y que consigue dejar a todos los niños encandilados, y a mí por descontado. Es el juglar más joven que he visto jamás, aunque debo decir que no soy la más indicada para decirlo, ya que he visto pocos a lo largo de mi vida. Solo visito el pueblo en contadas ocasiones y no siempre he tenido la suerte de toparme con uno.
Él realiza malabares de forma mucho más ágil de lo normal, mirando hacia otra parte, como si fuera lo más sencillo del mundo. Ni siquiera le hace falta recoger en una coleta su pelo largo, y sus ojos cristalinos recorren la plaza sin perderse un detalle.
Todo ello sin dejar que una sola de las bolas caiga al suelo.
Intento no moverme más, pero antes de darme cuenta su mirada está posada en mí. El color celeste de sus ojos parece brillar mientras sin apartar la vista de mi, va dejando las bolas para acabar el espectáculo. Me hace una seña  para que no me vaya, despidiéndose a la vez con un poema.
Mi corazón se acelera, al pensar en hablar con él. No puedo.
Me haría preguntas que no puedo contestar, ¿Qué pensaría de mi si supiera que soy de alta cuna? Dudo que los juglares como él tengan especial simpatía con la gente de clase alta.
Trago saliva, pensando que lo mejor es irme ahora y seguir siendo para él la misteriosa chica encapuchada que huye. La chica sin nombre que no desvela su rostro, pero le admira notablemente. 
El día gris empieza a transformase en noche mientras yo prácticamente corro por las calles empedradas, sin llevar rumbo fijo ni tener claro donde voy.
-Parece que conozco tu pueblo mejor que tú.
Tropiezo del susto al instante de oír su voz, pero cojo su mano cuando me la tiende, sin tener muy claro si quiero salir corriendo o quedarme.
-Hace milenios que quiero hablar contigo -dice divertido- ¿Es que siempre vas a desaparecer así?
Me escondo un poco más en la capucha, encogiéndome, pero no articulo ni una palabra.
-¿No vas a hablar conmigo?
Solo atino a negar con la cabeza, sintiendo que cada vez me quedo más prendada de sus ojos claros. Él solo me observa y sonríe, como si supiera mil cosas más que yo.
-Veamos. Entiendo que no quieres que nadie te reconozca, por como te escondes -hace una pausa disfrutando de mi cara de sorpresa- Supongo además que no debes pasear demasiado por el pueblo, porque te has perdido con facilidad. Y debes ser hija de comerciantes, o quizá de la corte.
No puedo evitar que se me abra la boca por la sorpresa, pero al hablar mi voz sale con un hilo
-¿Y eso último de donde lo sacas?
-Dudo que una campesina pudiera permitirse esos zapatos tan bonitos -dice con una sonrisa, y yo solo me bajo la falda de forma inconsciente para taparme los pies- Y no creo que hayas visto muchos juglares, sino te darías cuenta de que no soy tan bueno como otros y no me mirarías tan admirada. Como ves, no es tan difícil leer en las personas -concluye.
-¿Leer personas? Yo solo sé leer libros -le contesto de forma muy estúpida, y casi me arrepiento de no haberme callado.
-Leer en una persona es como hacer malabares. La observas y haces una suposición, como al lanzar una bola. Luego esperas tener la agilidad para cogerla sin haberte equivocado en ningún momento.
-No sé si es el mejor ejemplo, tampoco sé hacer malabares.
-Quizá deberías aprender -dice, y me tiende la mano, con una sonrisa que podría considerarse de superioridad, pero que a mí me da una sensación importante de seguridad- Ven conmigo.
Me quedo mirando su mano con indecisión, con miedo. Estar a su lado me hace sentir tan pequeña...
Aún así, agarro su mano, y automáticamente tengo la sensación de que he entrado en un mundo nuevo, en el que puedo aprender tanto, que corro el riesgo de convertirme en otra persona.
Y eso me encanta.

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