miércoles, 28 de febrero de 2018

Estúpido humo

Llega y la luz de la habitación cambia.
El sol se cuela por la ventana con más ganas, con más fuerza, y casi parece que un rayo ilumina el centro del cuarto como si fuera un escenario para ella.
Sus curvas entran resbalando por los recovecos de las persianas por las que pasa el sol. Parece moteada de vida.
Se mueve con gracia por todo el cuarto, que es absolutamente suyo en el instante en el que entró. Hacía tanto que no aparecía por aquí que me costaba recordar su rostro redondeado. Sus pies descalzos se cuelan por mi alfombra con un suspiro tan pequeño que casi podría ser solo el viento de la calle.
Y me mira. Directamente a mí, con los ojos llenos de enigmas y secretos, de historias, caminos con desviaciones a un encuentro con tu propio yo. Nunca había visto unos ojos tan llenos sin verlos. Hay reflejos pelirrojos cuando empieza a bailar por la habitación, casi creo que no puedo respirar, que no puedo moverme, y su aliento se convierte en el humo que me ahoga.
La fascinación de compartir espacio con tal musa me puede, y solo por apartar la vista creo que la estoy perdiendo. Se desvanece.
No hay duda de que ella es la única felicidad que me ata al mundo, no hay duda de que la necesito, no hay duda, ella, y mi respiración agitada, ella…
No hay dudas.
Me cuesta verla a través de la espesura de mi habitación, trato de no cerrar los ojos que me escuecen. En un último intento, alzo la mano para tocarla, pero solo remuevo el humo que está por todas partes. Ni siquiera veo más que los contornos de los muebles.
Sin poder evitarlo, el canuto se me resbala de la mano, se pierde por mi alfombra a la vez que dejo de verla bailar. Se esfuma, se lleva mi cordura, y me quedo allí sentado en medio de ese caos.
Solo me queda el canuto, pero no lo encuentro.

lunes, 31 de julio de 2017

Poesía Viva

He conocido a un chico que se esconde tras sus propios versos, que se muere de miedo, pero que aún así es valiente. Uno que escribe cuando llora, y cuando no sabe que decir, cuando su mundo real son las líneas que no riman en un cuaderno en el fondo del cajón.
Hoy te he conocido. A ti, un chico de traumas desnudos y de ojos brillantes, que ve la vida en verso, y por eso quizá todavía crees en ella más de lo que creo yo. Un chico que me pone la piel de gallina solo mirándome a los ojos, ni siquiera siendo tú consciente de la intensidad que pones en un gesto tan simple.
Creo que algún día serás tan grande que quizá no es capaz de abarcarte el universo, y mucho menos mis brazos. Aunque ten por seguro que yo no voy a dejar de intentarlo.
A veces se te tiñen los ojos de lobo, pero los dos sabemos que en realidad eres de esos que usan la piel de cordero para no sentirse vulnerables a ojos de todos. Eres demasiado alto y demasiado sarcástico para mí. Aunque muchos decían que eras demasiado para mí a secas, y ahora veo como se equivocaban.
Porque no eres demasiado, eres perfecto. A veces te besaría hasta desgastarte la vida y otras tengo esa necesidad imperiosa de cuidarte y ponerme delante para que no te arrollen las desgracias. Creo que eres algo que no sé definir y que siempre me ha faltado, y es que cada vez que pienso en eso se me saltan las lágrimas sin poder evitarlo.
Creo que quiero saber escribir poesía para convertirte en versos infinitos y poder seguir escribiéndote eternamente. Porque eres poesía viva, con todas sus letras y su trabajo, con todo lo que conlleva y todo lo que te arrastra, como un huracán de ideas, deseo, y risas de las que a veces te hacen falta.
Justo tal y como me arrastras a mí sin poder evitarlo. Creo demasiadas cosas, que no sé hacía donde me llevan y no sé donde acabaré, ni donde empezaré en realidad, si es que algún día empiezo. Pero mientras espero, que mejor sitio para esperar que entre tus miedos y tus pestañas. Estoy justo donde quiero estar.
Hoy te he conocido. A ti, a un chico que amo.

domingo, 5 de marzo de 2017

Ella es...

Ella es fuego, es aire. Una fusión de ambas que se entremezclan en un baile terrible de luces y sombras exageradas.
Es en realidad cualquier cosa que sea imposible de abarcar con los brazos, cualquier cosa que no puedas tocar por mucho que pongas toda tu voluntad en ello.
Un contraste continuo entre lo intangible y lo rebelde, entre lo volátil y lo inquieto.
Una máscara de cosas extrañas que jamás se te habría ocurrido juntar, pero que cuando ves en ella, te das cuenta de que esa es su genialidad. Quizá su esencia.
Tiene los pies ligeros y los pensamientos muy locos, a veces sus ideas hacen temblar el suelo, casi tanto como cuando la música parece llevarla a unos cuantos mundos imaginarios.
Es envidiable como lo mira todo con los ojos descalzos, como lleva los ideales por bandera sin importar nada del otro lado, y como a la voz de barco viene, no sale corriendo como otro haría, sino que se queda a enfrentar a los molinos y a todo lo que le echen encima.
Ella es fuego, es aire. Como una fusión de ambas, quizá.
Pero dicen por ahí que ella es rebeldía en forma de poesía, y quizá  es por eso que yo la quiero en carne viva, como se quiere a la gente de verdad.

viernes, 20 de enero de 2017

Fotografiado

Mirarte a los ojos es mirar directamente al objetivo de una cámara, pues reflejas las cosas de una forma tan artística como especial.
Y si tengo constantemente la necesidad de aferrarme a tu cintura es porque no quiero caerme de tus peligros, no quiero derretirme en tu boca antes de que acabe el invierno.

Y si no puedo evitar desearte en mi cuello quizá es porque livianas mi memoria, quizá es porque me quitas la vista y respiras mis miedos como una colonia barata.

Es que quererte es tan fácil, que como no hacerlo. Como no comerte a bocados, empezando por tus versos, enredados en tu rubio natural y en tus gestos de pecado. Esta noche me morderé la lengua en lugar de morder tus curvas y tus abrazos.

Me quedo sola con el recuerdo de tus ojos descalzos, y tu sonrisa de siempre, la que me dedicas hasta cuando estás borracho

viernes, 13 de enero de 2017

Juglar

Salgo de casa, intentando mimetizarme con la pared se piedra anodina. Me ajusto la capa negra y escondo un mechón pelirrojo en ella. No quiero que nadie me reconozca esta vez, suficiente sermón había tenido en mi última excursión al pueblo.
La tarde es fría y grisácea, tan aburrida como la piedra de la fachada. El pueblo parece sumido en un sopor, como cada lunes. Observo a los campesinos volviendo a casa tras la dura jornada, y a los tenderos cerrar poco a poco sus puestos, listos para irse a descansar después de todo el día vendiendo.
Me escabullo hacia la plaza del pueblo, sigilosa como una sombra al lado de los ruidosos carros y caballos que circulan por el camino. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que no hay niños correteando por las calles.
Tal vez él está aquí.
Acelero el paso, alentada por la idea. Hace mucho tiempo que no lo veo. Nada más llegar a la pequeña plaza, sé, aún sin verle, que está allí.
Él es como una explosión de color en mitad de la calle. Me muevo, hasta llegar a observar la sonrisa que luce y que consigue dejar a todos los niños encandilados, y a mí por descontado. Es el juglar más joven que he visto jamás, aunque debo decir que no soy la más indicada para decirlo, ya que he visto pocos a lo largo de mi vida. Solo visito el pueblo en contadas ocasiones y no siempre he tenido la suerte de toparme con uno.
Él realiza malabares de forma mucho más ágil de lo normal, mirando hacia otra parte, como si fuera lo más sencillo del mundo. Ni siquiera le hace falta recoger en una coleta su pelo largo, y sus ojos cristalinos recorren la plaza sin perderse un detalle.
Todo ello sin dejar que una sola de las bolas caiga al suelo.
Intento no moverme más, pero antes de darme cuenta su mirada está posada en mí. El color celeste de sus ojos parece brillar mientras sin apartar la vista de mi, va dejando las bolas para acabar el espectáculo. Me hace una seña  para que no me vaya, despidiéndose a la vez con un poema.
Mi corazón se acelera, al pensar en hablar con él. No puedo.
Me haría preguntas que no puedo contestar, ¿Qué pensaría de mi si supiera que soy de alta cuna? Dudo que los juglares como él tengan especial simpatía con la gente de clase alta.
Trago saliva, pensando que lo mejor es irme ahora y seguir siendo para él la misteriosa chica encapuchada que huye. La chica sin nombre que no desvela su rostro, pero le admira notablemente. 
El día gris empieza a transformase en noche mientras yo prácticamente corro por las calles empedradas, sin llevar rumbo fijo ni tener claro donde voy.
-Parece que conozco tu pueblo mejor que tú.
Tropiezo del susto al instante de oír su voz, pero cojo su mano cuando me la tiende, sin tener muy claro si quiero salir corriendo o quedarme.
-Hace milenios que quiero hablar contigo -dice divertido- ¿Es que siempre vas a desaparecer así?
Me escondo un poco más en la capucha, encogiéndome, pero no articulo ni una palabra.
-¿No vas a hablar conmigo?
Solo atino a negar con la cabeza, sintiendo que cada vez me quedo más prendada de sus ojos claros. Él solo me observa y sonríe, como si supiera mil cosas más que yo.
-Veamos. Entiendo que no quieres que nadie te reconozca, por como te escondes -hace una pausa disfrutando de mi cara de sorpresa- Supongo además que no debes pasear demasiado por el pueblo, porque te has perdido con facilidad. Y debes ser hija de comerciantes, o quizá de la corte.
No puedo evitar que se me abra la boca por la sorpresa, pero al hablar mi voz sale con un hilo
-¿Y eso último de donde lo sacas?
-Dudo que una campesina pudiera permitirse esos zapatos tan bonitos -dice con una sonrisa, y yo solo me bajo la falda de forma inconsciente para taparme los pies- Y no creo que hayas visto muchos juglares, sino te darías cuenta de que no soy tan bueno como otros y no me mirarías tan admirada. Como ves, no es tan difícil leer en las personas -concluye.
-¿Leer personas? Yo solo sé leer libros -le contesto de forma muy estúpida, y casi me arrepiento de no haberme callado.
-Leer en una persona es como hacer malabares. La observas y haces una suposición, como al lanzar una bola. Luego esperas tener la agilidad para cogerla sin haberte equivocado en ningún momento.
-No sé si es el mejor ejemplo, tampoco sé hacer malabares.
-Quizá deberías aprender -dice, y me tiende la mano, con una sonrisa que podría considerarse de superioridad, pero que a mí me da una sensación importante de seguridad- Ven conmigo.
Me quedo mirando su mano con indecisión, con miedo. Estar a su lado me hace sentir tan pequeña...
Aún así, agarro su mano, y automáticamente tengo la sensación de que he entrado en un mundo nuevo, en el que puedo aprender tanto, que corro el riesgo de convertirme en otra persona.
Y eso me encanta.

domingo, 16 de octubre de 2016

Bola de cristal

Baila, baila, no dejes de bailar. Ella es observada, él no puede parar de mirarla. Solo se oyen los trazos de su pluma y los pies de ella girando. No hay música, no hay prisa ¿Por qué bailar? 
Sus labios entreabiertos y sus manos delicadas la hacen ver perfecta. Sus rizos negros y su piel tostada, los ojos cerrados, sintiendo el silencio mientras la nieve cae lentamente. 
Baila para él.
 Mientras olvida que el mundo, él la dibuja. Capta sus movimientos con mano artista y, en realidad, está bailando con ella. Su pluma también se mueve por el papel, y gira por el suelo de madera gastada.
 Ni siquiera sé si se conocen. Tal vez son amantes clandestinos que se encontraron hace poco. Tal vez son amigos de toda la vida. Lo único que podría afirmar es que se admiran.
 Ella tiene la expresión relajada, pero sé que está deseando ver su dibujo, pasar sus ojos por los trazos de pluma y perderse en ellos. Él no puede parar de mirarla bailar. Sus ojos se pasean libres por todo su cuerpo. No puede decidir que curva le gusta más, si la de su leve sonrisa o la de su cintura escurridiza. 
Y entonces la nieve deja de caer, ya no cubre sus rizos negros ni su piel tostada. Su pluma experta se levanta del papel y él se acerca a ella para verla mejor. Le resulta muy extraño que no tenga nieve alrededor, así que recoge la bola de cristal con las manos temblorosas. Que pequeña se ve desde ahí, que frágil, que insignificante. 
Él agita la bola, y la nieve empieza a bailar por todo el paisaje cubriendo el pelo y el cuerpo de la muñeca. Ella sigue bailando y no se detiene, incluso cuando la bola transparente se resbala de las manos de él y se hace añicos contra el suelo de madera.
 Ya no hay nieve, ya no hay nada. Pero ella aún está bailando.